De la muerte de Stalin a la era Breznev. Los países del COMECON

La herencia de Stalin

La muerte de Stalin colocó a los dirigentes soviéticos ante una tarea difícil. Se trataba de llenar el hueco que había dejado la figura central del dictador. Malenkov, designado sucesor, a pesar de estar familiarizado con el manejo de los instrumentos de poder y con los planes de Stalin debido a los muchos años de trabajo como secretario privado suyo y como secretario del Comité Central del PCUS, carecía de las condiciones indispensables para ser dirigente. Las reservas contra él en la cúspide del partido eran compartidas también por los militares por su falta de altura y carisma. Así, para contrarrestar la falta de una autoridad central, se intentó establecer, en lugar del sistema de dominio personal de Stalin, una “dirección colectiva”, cuyo principio se remontaba a Lenin.
Todos en general estaban persuadidos de que era indispensable realizar un cambio, al menos en el sistema económico estalinista. Los datos sobre el cumplimiento de los planes evidenciaban continuamente un crecimiento económico impresionante, pero la calidad de los productos seguía siendo a todas luces insuficiente y el progreso tecnológico exiguo. Además, la “guerra fría” resultaba una carga cada vez mayor para la economía. El aumento de las tropas privaba a la economía de mano de obra, y el aumento desproporcionado de los gastos de armamento, de fondos de inversión. El resultado fue un mal abastecimiento de la población.
No obstante, era primordial descongestionar la política exterior de la Unión Soviética, pues únicamente la supresión de tensiones internacionales podía hacer que desapareciera la carga del armamento forzoso y posibilitar las necesarias reformas internas. Por supuesto seguía vigente la tesis de Stalin de la agudización de la lucha de clases en el “campo imperialista”. Significativos fueron los esfuerzos por mejorar el abastecimiento, anunciando descensos en los precios de venta al público. Se trataba de una política más orientada hacia el consumo, estableciendo las bases para una auténtica mejora, e intensificando las inversiones en la industria de bienes de consumo y aumentando su producción. Parecidos esfuerzos se realizaron para elevar la producción agraria, aumentando de forma drástica los precios estatales de compra de los productos agrícolas, e impulsando la producción privada mediante la reducción de los impuestos. Al mismo tiempo, en la llamada “campaña de nuevas tierras”, se roturaron grandes superficies de terreno.

De esta manera, desde 1953, comenzó un cambio que fue designado como el “deshielo”. La rígida unión del arte y la ciencia con la ideología ortodoxa se fue suavizando paulatinamente, y la atmósfera relajada llevó rápidamente a un florecimiento de las artes. El entumecimiento de la época de Stalin se había superado, surgiendo una nueva esperanza. Sin embargo, el cambio de rumbo, el abandono de principios de poder probados y acreditados, no estuvo libre de controversias en el círculo restringido de los dirigentes. El “nuevo curso” de los dirigentes moscovitas, con su primacía de la política interior, tenía como condición previa que la posición imperial de la Unión Soviética permaneciera inalterada y que su dominio se mantuviera en los países europeos del Este. Los cuadros comunistas nacionales establecidos por Stalin continuaban siendo los mejores garantes del dominio soviético y como es lógico tenían en los “ortodoxos” del Kremlin a sus portavoces. Por eso, las relaciones entre este grupo y los hombres del “nuevo curso” no estaban exentas de tensiones y crispaciones.
También por motivos de política exterior era necesario un cambio preventivo en los instrumentos de dominio soviéticos en el área de influencia de Europa oriental. Malenkov, en 1953, había proclamado la fórmula de la “coexistencia pacífica” entre los Estados socialistas y capitalistas, principio del “nuevo curso” en política exterior. Esta estrategia para prevenir un conflicto armado entre las dos potencias mundiales exigía vínculos contractuales fundamentales entre los países del Comecon. La práctica del dominio estalinista y sus instrumentos estaban desacreditados, eran un obstáculo para la distensión y tenían por ello que ser cuidadosamente desmontados. Las democracias populares estaban ligadas a la Unión Soviética a través del poderoso medio de la dependencia económica; sus economías no podían librarse de esta ligazón a corto plazo. La unilateralidad estructural de la industrialización y el bajo nivel tecnológico de los productos frente a la competencia internacional los colocaba en una situación casi sin salida y les cerraba en gran parte las puertas del mercado mundial, en el que únicamente lograban compradores a base de un dumping económicamente ruinoso. El mercado interior del Comecon, por el contrario, con su enorme demanda, aislado de la competencia internacional, absorbía mucho más fácilmente los artículos de consumo.
Al ratificarse el 5 de mayo de 1955 los acuerdos de París por los que la República Federal lograba su ingreso en la OTAN, Moscú dio pruebas de hallarse bien preparado: los jefes de gobierno de los países del Comecon firmaron en Varsovia el “Tratado de Varsovia”. La RDA pasó a ser miembro de pleno derecho en 1956. Este tratado multilateral complicaba los acuerdos de asistencia bilaterales hasta entonces vigentes; también aligeraba algo la carga de la Unión Soviética, pues en caso de agresión a un país miembro, los demás estaban obligados a prestarle ayuda todos los Estados asociados. Con este pacto la Unión Soviética consiguió establecer unos lazos fuertes y duraderos con los países del Comecon. El texto del Pacto no sólo prohibía toda adhesión a otras alianzas, sino que además no contenía ninguna disposición sobre la posible retirada de un Estado signatario. Si los dirigentes de las democracias populares consintieron en la limitación de la soberanía de sus países no fue solamente por la presión de Moscú. El rearme de la República Federal fue interpretado en general como un gesto de amenaza dirigido contra los países del Comecon y como la confirmación de las supuestas tendencias siempre agresivas de la OTAN.

Jruschov y la desestalinización

En el espacio de tres años, la política de los nuevos dirigentes había variado radicalmente la situación interna y externa de la Unión Soviética. Se habían dado los primeros pasos para elevar el nivel de vida de la población y el “deshielo” político-cultural comenzaba lentamente a relajar el agarrotamiento intelectual, aunque seguía existiendo el peligro de “heladas” provocadas por los guardianes de la ortodoxia ideológica a los que la nueva libertad restringida les resultaba sospechosa. La flexibilidad de los nuevos dirigentes tenía que tener un efecto irritante sobre los cuadros del aparato del Partido y del Estado. También los dirigentes nacionales de las democracias populares desconfiaban de la nueva política, que cuestionaba su acreditada técnica de gobierno, aunque Moscú les proporcionara un ámbito más amplio para tomar decisiones. Pero, a pesar de la oposición y las dificultades que se originaron, Jruschov, que ocupaba el primer puesto en el Presidium del Comité Central del Partido, y sus compañeros de lucha, perseveraron en la nueva política.
La clave para comprender estas actividades políticas la suministró el propio Jruschov al declarar que el estalinismo como sistema político y social no correspondía ya al estado de avanzado desarrollo de la Unión Soviética y de las democracias populares, y que estaba superado. De hecho, la política soviética de la época postestalinista mostró rasgos de mayor dinamismo y estuvo caracterizada por la búsqueda de nuevas vías y posibilidades para la realización de la misión ideológica de llevar el socialismo a la victoria mundial. El estalinismo había desacreditado no sólo a la Unión Soviética, sino también la idea comunista en todo el mundo. Jruschov, que era ucraniano, inició la liquidación de los dirigentes del Partido nombrados por Stalin en Ucrania. El conflicto fue dirimido en el XX congreso del PCUS, en febrero de 1956, durante el cual, Jruschov procedió a una crítica fundamental de Stalin, comenzando por su conducta ante la muerte de Lenin y terminando por las últimas “depuraciones”, en una acusación que no pasó por alto casi nada de lo que pudiera reprocharse al dictador muerto. Ante el catálogo de delitos perpetrados contra comunistas convencidos y adictos a la causa, el mito del “gran Stalin” quedó desmontado irreparablemente.
La condena de los crímenes de Stalin y del sistema estalinista en el XX Congreso del PCUS había tenido como consecuencia entre los dirigentes y la élite del Partido una honda disensión entre los “ortodoxos”, que se oponía a un cambio del sistema de dominio, y los “leninistas”, que, según el principio de la “dirección colectiva” pretendían una democratización del proceso de decisión a diferentes niveles, conservando la estructura y las competencias jerárquicas. Después que Jruschov eliminó la oposición dentro del Partido mediante votación, la única tarea que quedaba pendiente era someter al ejército. Con ello se restableció el papel dirigente absoluto del Partido, debilitado por las luchas entre las diferentes tendencias que siguieron a la muerte de Stalin, cuando los grupos rivales dentro de la dirección del Partido se aseguraron el apoyo de los diversos pilares del sistema -aparato del Estado, economía y Ejército- a sus propios intereses. En marzo de 1958, Jruschov fue nombrado primer ministro de la URSS.
Con el crecimiento de las economías nacionales las democracias populares obtuvieron también mayores competencias en el ámbito económico; además, la nueva fijación de objetivos políticos imperialistas a nivel mundial hizo necesaria una nueva división de tareas en materia de política y seguridad, que atribuyó una mayor responsabilidad a los ejércitos nacionales de los países del Pacto de Varsovia. En este sentido, los diversos países del Comecon habrían de seguir en lo sucesivo caminos diferentes. Sólo cuando en octubre de 1964 Jruschov perdió su puesto en el Partido y en el gobierno, quedó libre el camino para emprender las reformas económicas necesarias.

El gobierno de Breznev

Breznev, en 1964, se deshizo de la reorganización de Jruschov y se dedicó a la dirección política del país propiamente dicha, mientras que Kosiguin asumió la dirección del aparato estatal en cuanto órgano ejecutivo de la voluntad política del Partido. La nueva dirección del Partido y el Estado comenzó a dar, así, los primeros pasos hacia una reforma económica, originando un cambio profundo en la economía soviética y mejorando la situación social de amplios sectores de la población. En comparación con los bruscos y breves experimentos de Jruschov, Breznev demostró ser mucho más consecuente y perseverante en cuanto a los fines fijados.

El plan agrícola indicaba ya un defecto manifiesto: la falta de capital y de estímulos a la producción en el sector agrario. A pesar de la “campaña de nuevas tierras” de Jruschov, que había ampliado la superficie de cultivo de cereales, la producción agraria total del país quedó por debajo de las expectativas. A esto se unía el hecho de que en el sector industrial se perfilaba una escasez de mano de obra. El plan agrícola debía propiciar el cambio: las cuantiosas deudas de los koljoses fueron canceladas y se aumentaron considerablemente las inversiones en el sector agrario. Aparte de esto, las cuotas estatales de suministros de los koljoses se redujeron, lo cual les permitió poner a la venta mayores cantidades de alimentos en el mercado libre, para los que se acordó elevar los precios. Paralelamente, se implantó un sueldo fijo para los miembros de los koljoses.
Los demás países del Comecon, a excepción de Polonia, no tomaron medidas para modificar sus economías hasta después de la reforma soviética, y cuando se llevaron a cabo, presentaron considerables diferencias en cada uno de los países, condicionadas en parte por las posiciones ideológicas de las cúspides de los partidos, pero debido también al diferente estado de desarrollo de cada una de las naciones.

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