El comienzo de la “Guerra Fría”

Los efectos de la guerra determinaron en gran medida criterios de reequilibrio político y militar que no consiguieron establecer una especie de código operativo en Europa. La posición norteamericana se enuncia, a través de la Carta Atlántica, en la fórmula rooseveltiana de la autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, refleja de una manera unilateral las condiciones y aspiraciones de Estados Unidos. Europa occidental no constituye un motivo real de preocupación para Estados Unidos, a pesar de sus condiciones sociales, por su tendencia al modelo capitalista y liberal-democrático, afín al estadounidense. Estado Unidos puede contar con una absoluta adhesión europea al modelo productivo y distributivo que lidera sin discusión en el mundo. El modelo soviético puede ejercer una influencia a veces poderosa sobre las clases obreras occidentales, pero como ideología más que como sistema alternativo. Además, los mismos partidos comunistas del oeste europeo no muestran ninguna propensión a perseguir objetivos soviéticos en sus respectivos países.

La Unión Soviética, por su lado, tiene una doble y urgente necesidad. Económicamente, debe iniciar una gigantesca reconstrucción proporcional a la amplitud de la destrucción sufrida. Por tal razón, su preocupación por el problema de las reparaciones es mucho mayor que la de Estados Unidos. Por otra parte, la Unión Soviética se excluye, antes que ser excluida, del sistema de préstamos y ayudas norteamericano. Por ello, se encuentra una vez más internacionalmente aislada y débil en el aspecto económico. Se trata de una política exterior defensiva, que impone una lógica de fuerza en las relaciones entre este y oeste. Precisamente, por estas consideraciones, los dirigentes adoptan una política militar muy activa y aparatosa, convirtiendo a la URSS en la primera potencia militar del continente. Su objetivo será la creación de un cinturón de Estados limítrofes que garantice la seguridad de sus fronteras frente a Occidente. Sus actos estarán basados en la fuerza (política imperial) y, sólo en segunda instancia, promoverán una política económica y social innovadora. La uniformidad de los sistemas políticos que se crearán en Europa oriental, gracias a la presencia militar y las presiones soviéticas, demostrará la imposibilidad e incapacidad del sistema soviético para tejer una red de alianzas fundada en el consenso social y en las identidades nacionales de los países vecinos, creando fuertes resistencias nacionalistas locales que se sumarán a la oposición de las clases perjudicadas por la política económica impuesta por los partidos comunistas.
Esta acusada diferencia de condiciones y de política entre este y oeste se origina, pues, en la contraposición de dos sistemas: la economía de mercado y el sistema colectivista soviético, un enfrentamiento que será histórico. El impedimento soviético a que el sistema financiero y productivo occidental penetre en sus fronteras contribuye a aumentar el conflicto. Es por eso que los años posteriores a la guerra se caracterizan por la incertidumbre político-diplomática entre las dos potencias.
Los acuerdos de Yalta muestran sobradamente la ambigüedad de fondo de la relación soviético-norteamericana. Los “tres grandes”, Roosevelt, Churchill y Stalin están de acuerdo en la necesidad de que se instauren gobiernos democráticos, pero no aclaran si este término se refiere a la práctica parlamentaria occidental o a los gobiernos populares. La fuerza militar de la URSS y el reconocimiento de su derecho a un escudo protector de países vecinos “amigos” contradicen la claridad formal de la exigencia de la autodeterminación y la instauración de la democracia. Este es el problema de Polonia, Rumanía, Bulgaria y Hungría, con una fuerte resistencia antisoviética. Dejando de lado el caso de Checoslovaquia, totalmente fiel a Moscú, en ninguno de estos países del este los partidos comunistas tenían fuerza ni tradición apreciables. La composición social de esos países, mayoritariamente rural, y su historia sembrada de regímenes autoritarios y de derechas, proclives a ilegalizar a la izquierda comunista, explican la debilidad de los partidos comunistas locales. Por lo tanto, no era posible practicar la democracia política en el este y, al mismo tiempo, garantizar a la URSS un cinturón de países aliados y “amigos”.
Por su parte, Estados Unidos incrementó considerablemente los gastos para la defensa, y en 1950 el gobierno americano intentó hacer de la Organización del Tratado Atlántico Norte un ejército sustancial de defensa, llevando el Tratado a Europa (ejército europeo de la OTAN). Al mismo tiempo se reorganizaron las relaciones políticas de los países del bloque oriental con Moscú; se volvió a conceder a la dirección comunista de cada país un mayor grado de autonomía en lo relativo a los métodos para asegurar el poder y a la “vía hacia el socialismo”, pero por otra parte se institucionalizó la formación del bloque mediante la creación del Pacto de Varsovia en 1955 como respuesta al Pacto Atlántico. Con ello se podía dar por concluida la formación de los bloques en Europa. La política europea de los años posteriores se movería dentro de las coordenadas así marcadas, llena de tensiones en lo particular, pero siguiendo en definitiva el modelo fundamental, que en adelante resultaría cada vez más familiar.

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