El “delirio” del imperialismo: 1885-1906

Hacia el fin de los años ochenta del siglo XIX, la fiebre del imperialismo se adueña de los gabinetes europeos progresivamente y sin que se den apenas cuenta los propios diplomáticos, pasando los grandes problemas tradicionales de la política europea a un segundo plano, sin haber sido resueltos. Algunos Estados europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que llevaban a cabo una política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos años se convirtió en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los territorios de ultramar aún “libres”, a la que se sumaron también Japón y los Estados Unidos. Al mismo tiempo se transformaba el carácter de la dominación colonial europea; de la noche a la mañana se convertía el colonialismo en imperialismo: las potencias europeas empezaron a perseguir sistemáticamente la adquisición de nuevos territorios coloniales y a respaldar con capital propio la conquista y penetración económica de los países subdesarrollados.
Al mismo tiempo, la creciente rivalidad entre las grandes potencias supuso el abandono de las formas tradicionales de dominación más o menos extensiva de los territorios coloniales, a partir de algunos puntos de la costa. Se desencadenó entonces una lucha encarnizada por la conquista del continente interior unida al afán de delimitar claramente las fronteras de los distintos territorios: la firma de tratados de protección con los jefes de numerosas tribus indígenas ya no bastaba ahora para fundar o ampliar imperios coloniales; a partir de ahora eran necesarias duras negociaciones con las respectivas potencias rivales para legitimar las propias pretensiones sobre territorios que aún estaban sin explorar. A medida que iba disminuyendo el número de territorios “libres” de la tierra se hacían más violentos los conflictos por estas cuestiones, llevando en varias ocasiones a Europa al borde de una guerra general.

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